32.542 läufer und 400.000 fans beim Wien City Marathon

Correr por Viena los 42,195 Kilómetros de su 28 Maratón, celebrada el pasado 17 de abril, supone exponerse a un cúmulo de sensaciones difíciles de plasmar en unas pocas líneas. Cuenta, en sus 23 distritos o barrios,  con 34.000 pequeños jardines, 6.700 hectáreas de bosques y 800 hectáreas de parques públicos. Además tiene el Danubio (Donau en alemán), el gran rio europeo que tras nacer en la Selva Negra alemana y recorrer 2.888 Km de numerosos países de Europa Central y Oriental, desemboca en el Mar Negro; pero más bien debemos hablar de Danubios, porque las obras de ingeniería realizadas, para aprovechar sus aguas y evitar los efectos devastadores de las crecidas, han ido modificando su curso hasta crear los cuatro brazos actuales: el viejo, el nuevo , el canal y el Danubio propiamente dicho, solo el Danauinsel tiene 42 Km de playas. Por eso, pasear o correr por Viena es sumergirse en bosques y parques, y encontrarse una y otra vez con las aguas del Danubio.
Si hacemos abstracción de su historia, lo primero que llama la atención de Viena como capital de una República centroeuropea de parecida población a la de Andalucía, es su monumentalidad, su urbanismo y el magnífico estado de conservación de su patrimonio. Los romanos, aunque su origen es celta, llamaron a Viena ciudad blanca, pero desde 2008, después de la victoria de nuestra selección frente a Alemania en la final de la Eurocopa, se convirtió, para los españoles,  en roja. Por Viena han pasado celtas, germanos, romanos, ávaros y magiares, otomanos, y su historia es en bastante medida la de la propia Europa. Es en el siglo XIX y principios del XX donde Viena alcanza su máximo esplendor, que hoy todavía podemos contemplar, convirtiéndose en 1867, tras su compromiso con Hungría, en la capital del Imperio austrohúngaro, lo que le llevó a ser referente mundial en el orden político, industrial, financiero, cultural y artístico. En 1916 la ciudad alcanza su máxima población con más de 2,2 millones de habitantes, siendo en aquel momento la tercera de Europa (ahora tiene alrededor de 1,6 millones). En concordancia con ese esplendor es muy larga la lista de personas ilustres que Viena ha dado al mundo: filósofos, literatos, músicos, pintores y artistas en general.
Pero no estamos aquí para hablar de historia, ni de lo que para Europa ha significado la aportación de Viena, sino para hacer la crónica de la maratón de Viena, o ¿pensáis que se me había olvidado?. De nuestro Club fuimos siete personas: Antonio  Huelva y Mª Carmen Sánchez (que corrieron la media maratón), y Montserrat Jabalera, Rosario Madueño, José Luís de los Ríos, Juan Carlos Vílchez y Melchor Guzmán (que corrieron la maratón). Lo más destacado deportivamente es, sin duda, la gran maratón que hizo Montse con un tiempo de 3:27:56, rebajando en más de media hora sus tiempos de anteriores maratones (esta era su tercera). Es una gran satisfacción comprobar las cualidades para el fondo de nuestra compañera que, sin un entrenamiento específico y sin llevar mucho tiempo practicando este deporte, está consiguiendo resultados magníficos y, estoy seguro, de que esto es solo el principio. Es de justicia resaltar, una vez más, el pundonor y la constancia de Charo que ha hecho su quinta maratón manteniéndose cercana a sus mejores tiempos. También es destacable la fuerza y las ganas que Carmen le pone a las carreras a pesar de entrenar muy poco (de ahí que haya corrido solo la media, aunque ya cuenta con una maratón terminada), y el esfuerzo de Antonio por seguir en la brecha aunque su cadera le diga que pare. José Luís (su décima maratón), Juan Carlos (su sexta), y Melchor (su quinta), hicieron distinta carrera, cada uno en función de sus fuerzas, aunque fueron juntos una parte importante del recorrido. En cuanto a los resultados de la general destacamos la participación del mejor fondista de todos los tiempos, el Etiope Haile Gebrselassie, en la media maratón (1:00:18); el dominio de los atletas keniatas en la maratón masculina (los ocho primeros, el ganador fue John Kiprotich con un tiempo de 2:08:29); y los tres primeros puestos de la general femenina en la maratón que los ocuparon una etíope, una portuguesa y una keniata (la ganadora fue Fate Tola con 2:26:21).
El viaje desde Córdoba y  la estancia en Viena, lo hicimos junto a un amplio grupo, más de treinta personas, de las que parte de ellas corrieron la maratón, otras la media y las demás acompañaron a los corredores. Me vais a permitir que les dé las gracias a todas ellas sin nombrarlas, personificándolas en Amador. Al fin y al cabo todos reconocimos a Amador López como “jefe de expedición”, mucho más cuando llegamos al aeropuerto de Viena y nos estaba esperando una madrileña con nombre de virgen catalana (Montserrat) con un cartel que ponía literalmente “Maratón de Amador”. Nuestra guía nos llevó al autobús y camino del hotel nos dio algunas nociones básicas de lo que podíamos encontrar en Viena y consejos prácticos para los días de estancia en la ciudad (por ejemplo, ante la pregunta de Pepe, nos dijo que salchicha no se traducía al alemán como “salchichen”, sino como wurst, que como veis es “casi” parecido).  Que sería del deporte, de estos viajes, sin la compañía, sin las anécdotas, sin el buen ambiente, sin las risas y la complicidad (no se me olvida el jamón, el queso, los roscos, los pestiños, las galletas,…..).
El viaje comenzó en Córdoba la mañana del viernes 15 de abril, saliendo para la T4 de Madrid en autobús alquilado solo para nuestro grupo (la maratón de Amador). A Viena llegamos esa tarde noche y solo nos dio tiempo de salir del Hotel (situado en la zona de Prater, muy cerca del estadio donde se celebró la final de la Eurocopa) y dirigirnos al contiguo parque de atracciones de Augarten (destaca la inmensa noria, Riesenrad), totalmente abierto e inmerso en una gran área verde, donde cenamos. Al día siguiente, sábado, nos acercamos al Messe Wien, centro de congresos situado frente al Hotel, que contenía la feria del corredor, recogimos los dorsales de la carrera, compramos la camiseta oficial (no estaba incluida en la inscripción), y visitamos los diferentes lugares habilitados por las empresas dedicadas al deporte (como es ya habitual en nosotros no cogimos muestras promocionales ni nada que se repartiera gratis). El resto del día lo dedicamos a recorrer parte de Viena, primero un paseo por las orillas del ancho Danubio y después una caminata hacia el centro de la ciudad, llegando a la catedral gótica de S. Stephans tras cruzar el canal del Danubio. Pensando en la maratón del día siguiente almorzamos y volvímos al Hotel para descansar. La salida de la Maratón se produjo a las 9 de la mañana en la avenida Wagramerstrasse a la altura del edificio de Naciones Unidas (el tercero en el mundo después de los de Nueva York y Ginebra), por lo que tuvimos que desayunar a las 6:30. El recorrido de la maratón debería figurar en las mejores guías turísticas porque sus 42,195 Km recorren gran parte de la Viena monumental y la Viena natural, además el tiempo fue ideal. Es verdad que los últimos kilómetros suelen ser los de más sufrimiento y en los que es difícil apreciar los lugares por donde pasas, aunque en la llegada a la Heldenplatz (la plaza de los héroes) es imposible no levantar la cabeza y admirar el esplendor que te rodea animado por las miles de voces que gritan a tu alrededor. Una vez hidratados y levemente recuperados tomamos algo sólido (la citada “salchichen”), volvimos al Hotel donde nos duchamos y descansamos únicamente un par de horas, porque a las ocho de la tarde debíamos estar en el Imperial Saal Wien, para ver una representación (1:45 horas) de la Royal Orchester Wien hecha para turistas, pero a la que mereció la pena asistir. El lunes pudimos pasear, acompañados de unos amigos que también estaban en la ciudad (Charo madre e hija, Ángel y Cecilia), por la Viena monumental con más tranquilidad, aunque tuvimos  algunas dificultades con los escalones: el espectacular Parlamento, el Ayuntamiento, la Sinagoga, la Universidad, el palacio imperial de Hofburg (no nos atrevimos ni a entrar porque tiene 2.600 habitaciones), la Karlsplatz,  las tiendas de Graben, y así multitud de plazas y monumentos que no nombro pero que te embelesan. No en vano, solo en 50 años (1690-1740), arquitectos, escultores y pintores, formados en su mayoría en Italia rivalizaron en ingenio para hacer de Viena una “nueva Roma”, llenándola de palacios majestuosos e iglesias opulentas que manifestaban a la vez el triunfo del catolicismo y el poder de la monarquía austriaca. La tarde del lunes, después de almorzar en un café antiguo del centro al que nos llevó Cecilia (casi Vienesa de adopción), la dedicamos a visitar los jardines de Belvedere, ya que al palacio, a los dos museos y a la galería de arte no entramos por falta de tiempo (aquí se exponen, entre otras, la obra más conocida de Gustav Klimt, El beso). Por la noche (aun teníamos fuerzas),  el tranvía 38 nos llevó a Grinzing, un barrio de segundas residencias con tradición vinícola, donde cenamos platos de la cocina internacional vienesa y bebimos vinos de la tierra. Y por fin llegó la hora de la vuelta al Hotel, aprovechando el abono combinado de transportes (metro, tranvía y autobús) que funciona perfectamente en Viena, porque en Viena lo público funciona, por eso destaca como una de las ciudades del mundo con mayor calidad de vida. Cuando la recorres de día o de noche percibes que es una ciudad hecha para facilitar la vida a sus ciudadanos. Ya solo restaba la mañana del martes para seguir deleitándonos con la “ciudad musical” de Europa, y la utilizamos para visitar Schönbrunn, el “Versalles austriaco”.  Aunque el origen de su palacio data de 1559 cuando el Emperador Maximiliano II hizo construir un pabellón de caza, es durante el gobierno de María Teresa I de Austria (hija del Emperador Carlos VI) cuando se convierte en residencia veraniega de los Habsburgo, en pleno siglo XVIII. Su uso y máximo esplendor llega hasta el siglo XX, con el último emperador Francisco José I (1848-1916), del que aún se pueden ver las instancias privadas que compartió con “Sissi” la emperatriz, destacando la austeridad de las habitaciones que ocupaba el emperador, al que se la atribuía la afirmación de que él era el primer servidor público y por ello debía trabajar hasta la extenuación (¿tendrá esto que ver con el alto valor de lo público en países centro-norte europeos?). El martes por la tarde volábamos de vuelta a Madrid y cogimos el autobús hacia Córdoba a donde llegamos a las seis de la mañana, buena hora para darse una ducha e irse al trabajo, que fue lo que hicimos algunos.
Si es que aún os queda alguna duda de que hay que ir a Viena a correr la maratón, os añado que el ambiente  de la carrera es espectacular como lo demuestran los más de 400.000 seguidores que poblaron las calles de la ciudad, los 32.542 corredores que participaron en las distintas carreras, y las numerosas atracciones de música, con más o menos marcha. Ver la Viena monumental y la Viena natural con zapatillas de correr es un placer que compensa el gran sufrimiento que supone siempre enfrentarse a una maratón.
Quiero terminar, ahora sí, citando a uno de los muchos vieneses universales, Karl Popper (Viena 1902- Londres 1994), filósofo, sociólogo y sobretodo teórico de la filosofía de la ciencia: “porque fue mi maestro quien me enseñó no solamente cuán poco sabía, sino también que cualquiera que fuese el tipo de sabiduría a la que yo pudiese aspirar, no podría consistir en otra cosa que en percatarme más plenamente de la infinitud de mi ignorancia”. Por eso os pido indulgencia con mis errores de los que soy el único responsable.

Melchor Guzmán Guerrero
Córdoba, abril de 2011.

 

Domingo, 24 de Abril de 2011